No había imagen más impresionante que su figura
delineada delante de un atardecer, desnudando sus sombras y sus enigmas,
ostentando inmensidad sobre la loma que lo exhibe señorial, junto a la
carretera de entrada a Campanillas, en la ciudad de Málaga.
Antes de que comenzaran con las reformas que cambiaron
su fachada y se llevaron sus fantasmas, a la espera de la construcción de
hoteles y residencias que no se han consumado al día de hoy y mantienen esta maravilla
arquitectónica sometida a la vigilia del misterio, este cortijo de estilo
ecléctico y neogótico, construido a mediados del siglo XIX y adquirido en los
70´s por los Vega Jurado (a quienes se les debe su nombre), contaba con dos mil
quinientos metros cuadrados, dentro de los cuales se podían apreciar una
capilla, una torre mirador y un gran número de habitaciones que aportaban a la
estampa unas trescientas sesenta y cinco ventanas, además de sótanos ocultos
que escondían máquinas de tortura, columnas de hierro forjado con fustes lisos
y capiteles corintios, establos y pasadizos secretos que alimentaron la superstición
de la existencia de espíritus inquietos recorriendo sus derruidas estancias.
Durante años se han acunado leyendas sobre su corroída
aunque bella imagen, producidas por supuestas luces, accidentes ocurridos entre
sus ruinas y ruidos extraños, supuestos fenómenos que atrajeron durante décadas,
y como es lógico, a gran cantidad de periodistas y amantes de lo paranormal.
A la siniestra figura de este señorial cortijo, vencida
ante el paso de los años y los saqueos, que en muchos casos incrementaban su
deterioro, se le adjudicaron, incluso, desapariciones de jóvenes sometidas a
ritos sexuales satánicos acontecidos por antiguos dueños, anteriores al XIX;
creencias que se convertían en el aditamento perfecto de las que se han
popularizado en la actualidad, y que suman psicofonías, apariciones y
manuscritos encontrados que predecían terribles desgracias, basadas en su
pasado oscuro como testigo de fusilamientos en época de la Guerra Civil
española, durante la cual sus estancias oficiaron de hospital, y sus sótanos,
de calabozos.
Nada me atormenta más que la posibilidad de que esta
hermosa esfinge, poseedora de una arquitectura exquisita y de un pasado escrito
a lo largo de trágicas historias, este mausoleo de almas desconsoladas que han llegado
de manera desafortunada al epílogo de sus vidas, cargue con el peso de lo
oculto, de aquello a lo que se teme, o que desnuden sus cicatrices negocios
inmobiliarios para vestir de lujo sus vetustas estancias.
Particularmente, mientras se insiste en modernizar
tesoros históricos, mi memoria siempre acunará su silueta señorial erguida
sobre la loma que la exalta, como una reliquia vestida de muerte y secretos que
lo han catapultado en mi recuerdo, en la ostentación más poética de las
sombras.
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