El
hecho de ser diferente a los demás pasa a ser una ventaja en aquellos que vemos
belleza en donde otros no la ven, y podemos escribirlo.
Es
entonces, cuando conviertes lo cotidiano en algo inolvidable.
Un día
de invierno, de estufas y cenas calientes, durante la visita a mi familia en
Santa Fe, Argentina, pregunté en una sobremesa si sabían de alguna “casa
encantada”. Mi padre inmediatamente mencionó esta, ubicada sobre Avda. Freyre y
Calle 3 de Febrero, en el barrio Sur de la ciudad, y mi sobrino, a regañadientes,
me llevó hasta ella.
He
visitado casas abandonadas a su suerte durante años, y no puedo negar que me
cautivan sobremanera. Esta, que cuenta entre una de ellas, se adueña de una
esquina a las que muchos evitan con terror; es una casona antigua, de estructuras
coloniales, y con casi una decena de ventanales cerrados a cal y canto que producen
estremecimientos en los más incautos.
Se
conoce la historia que da rienda suelta a la leyenda macabra de la mansión, y que
relata la trágica muerte de uno de sus habitantes, un pequeño de alrededor de
diez años de edad que fue arrollado por un camión mientras montaba su
bicicleta. Dicen que el conductor se suicidó tiempo después, lo que lejos de
alimentar el morbo, si uno se anima a ponerse en sus zapatos, resulta bastante
lógico de comprender.
La
leyenda crece con el paso del tiempo alimentada de supuestas imágenes
fantasmales en su entrada, un hermoso pórtico colonial presidido por una altísima
puerta de madera; lamentos y luces que
se encienden en el interior.
Los
relatos son tantos como quienes quieren rebatirlos, argumentando que la casa no
tiene más misterio que el producido por el silencio del abandono y la
usurpación que sufre de desconocidos que buscan un techo donde cobijarse.
Se
quiera creer que los habitantes de algunas propiedades pueden burlar a la
muerte para reivindicar su posesión, o no, el misterio está servido y, en el
caso de esta maravillosa construcción de mi ciudad natal, con una guarnición
extra de escalofríos.
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