No voy a negarles que me resulta curioso ver algunas
caras de sorpresa cuando menciono mi afición por los cementerios. Puedo
entender que resulte extraño, pero la verdad es que me seduce la energía que percibo
en esos lugares de apariencias tan mansas. No siento aprensiones, no soy
sugestionable, ni siquiera le guardo rencores; personalmente, creo que un
camposanto es un lugar tanto de despedidas como de encuentros, y así lo he
podido plasmar en mi novela, Pueblo de ángeles.
Por este motivo, mi vista se queda prendada de una esquina de la Avenida de Príes cuando en los tórridos veranos malagueños, camino a la playa, comienza a perfilarse bajo los rayos del sol la portada del Cementerio Inglés, flanqueada por dos pilares rematados por vigorosas esculturas de leones en mármol, cual presuntuoso comité de bienvenida, y en el cual, desde un lejano siglo XIX, sus difuntos descansan acunados por el sonido que produce el mar Mediterráneo mientras desgrana las costas de Málaga, esparciendo el perfume de su arena húmeda de olas.
Uno de los atractivos que se percibe al entrar al
cementerio Inglés, o cementerio de San Jorge, es la diversidad de plantas de
especies exóticas que crecen de manera libre. Esta visión llena de vida
contrasta con la imagen que habitualmente se le confiere a un cementerio, y se
debe a que fue concebido en sus orígenes como un jardín botánico. La frondosidad
de sus árboles centenarios cae sobre los monumentos sepulcrales, transformados,
su follajes, en un elemento decorativo más que se suma a los clásicos,
neogóticos y modernistas característicos de sus tumbas.
Este cementerio anglicano, nace alrededor del año 1831
con el fin de atender las necesidades espirituales de una ingente colonia de
comerciantes británicos asentada en Málaga, a quienes se les negaba la
inhumación en iglesias o cementerios de la ciudad, debido a que sus credos
religiosos diferían del catolicismo, motivo que los llevaba a realizar los
entierros en la playa, por la noche, lo que comenzaba a generar importantes
focos de insalubridad.
Nace, entonces, el primer cementerio protestante de
España, declarado Bien de Interés Cultural, en 2012, y Patrimonio Histórico de
España.
Así, este rústico paisaje de árboles curvados y
frondosos que regalan al visitante arcos naturales de verdes y tupidos ramajes
sometidos al abrazo del sol de Málaga, abriga en la eternidad de su seno a personajes
de gran trascendencia en la historia de la ciudad, como son, entre tantos, el poeta
vallisoletano, Jorge Guillén, los escritores, Gerald Brenan y su esposa, Gamel
Woolsey, el joven militar inglés, Robert Boyd, acompañante de expedición del
Gral. Torrijos, fusilado junto a él y el resto de sus hombres en la playa de
San Andrés, de Málaga, y, tutelados por dos lápidas de bronce y mármol que velan
por la perpetuidad de sus nombres, los cuerpos de los marines alemanes víctimas
del naufragio de la fragata Gneisenau, en el año 1900, un trágico episodio que enaltece,
sin embargo, las cualidades humanas de la ciudad, y le ha valido el título de Muy hospitalaria.
Más allá, se distinguen la piedra rojiza del templo
dórico de Saint George, y las tumbas más antiguas y las de los niños,
recubiertas con mantos de conchas marinas.
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