sábado, 6 de enero de 2018

Cementerio Inglés de Málaga



No voy a negarles que me resulta curioso ver algunas caras de sorpresa cuando menciono mi afición por los cementerios. Puedo entender que resulte extraño, pero la verdad es que me seduce la energía que percibo en esos lugares de apariencias tan mansas. No siento aprensiones, no soy sugestionable, ni siquiera le guardo rencores; personalmente, creo que un camposanto es un lugar tanto de despedidas como de encuentros, y así lo he podido plasmar en mi novela, Pueblo de ángeles.

 
Por este motivo, mi vista se queda prendada de una esquina de la Avenida de Príes cuando en los tórridos veranos malagueños, camino a la playa, comienza a perfilarse bajo los rayos del sol la portada del Cementerio Inglés, flanqueada por dos pilares rematados por vigorosas esculturas de leones en mármol, cual presuntuoso comité de bienvenida, y en el cual, desde un lejano siglo XIX, sus difuntos descansan acunados por el sonido que produce el mar Mediterráneo mientras desgrana las costas de Málaga, esparciendo el perfume de su arena húmeda de olas.

Uno de los atractivos que se percibe al entrar al cementerio Inglés, o cementerio de San Jorge, es la diversidad de plantas de especies exóticas que crecen de manera libre. Esta visión llena de vida contrasta con la imagen que habitualmente se le confiere a un cementerio, y se debe a que fue concebido en sus orígenes como un jardín botánico. La frondosidad de sus árboles centenarios cae sobre los monumentos sepulcrales, transformados, su follajes, en un elemento decorativo más que se suma a los clásicos, neogóticos y modernistas característicos de sus tumbas. 


Este cementerio anglicano, nace alrededor del año 1831 con el fin de atender las necesidades espirituales de una ingente colonia de comerciantes británicos asentada en Málaga, a quienes se les negaba la inhumación en iglesias o cementerios de la ciudad, debido a que sus credos religiosos diferían del catolicismo, motivo que los llevaba a realizar los entierros en la playa, por la noche, lo que comenzaba a generar importantes focos de insalubridad.
Nace, entonces, el primer cementerio protestante de España, declarado Bien de Interés Cultural, en 2012, y Patrimonio Histórico de España.

Así, este rústico paisaje de árboles curvados y frondosos que regalan al visitante arcos naturales de verdes y tupidos ramajes sometidos al abrazo del sol de Málaga, abriga en la eternidad de su seno a personajes de gran trascendencia en la historia de la ciudad, como son, entre tantos, el poeta vallisoletano, Jorge Guillén, los escritores, Gerald Brenan y su esposa, Gamel Woolsey, el joven militar inglés, Robert Boyd, acompañante de expedición del Gral. Torrijos, fusilado junto a él y el resto de sus hombres en la playa de San Andrés, de Málaga, y, tutelados por dos lápidas de bronce y mármol que velan por la perpetuidad de sus nombres, los cuerpos de los marines alemanes víctimas del naufragio de la fragata Gneisenau, en el año 1900, un trágico episodio que enaltece, sin embargo, las cualidades humanas de la ciudad, y le ha valido el título de Muy hospitalaria




Más allá, se distinguen la piedra rojiza del templo dórico de Saint George, y las tumbas más antiguas y las de los niños, recubiertas con mantos de conchas marinas.
Y, si cierras los ojos, y la sensibilidad se apodera de tu corazón, podrás oír los poemas que rezan los epitafios como arrullos póstumos, sobrevolando cruces de piedra y mausoleos sencillos que abrigan grandes nombres, y que procuran la calma velada por la comprensión final de que la muerte es parte de la vida, aunque nos cueste la tranquilidad, aunque se presente sin ser llamada, nos avasalle, nos destruya, y cuya existencia nos obliga a convencernos de que la sobreviviremos en sitios como este, cada cual según sus credos religiosos, en un deseo incontrolable de vivir eternamente.




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