jueves, 11 de enero de 2018

La casa de Campillo. Parte II




El sueño de aquella noche fue aterrador. 
Solíamos tener pesadillas, incluso nuestro hijo, que lloraba y no quería dormir en otro sitio que no fuese a nuestro lado pero, esa mañana, desperté especialmente consternada. Me había visto en la cama de la enorme habitación cuando sentía que alguien abría la puerta de la entrada.
Es muy probable que los temores que tenemos desde pequeños nos acompañen toda la vida, no sabemos bien por qué están, o a raíz de qué han surgido pero acarreamos con ellos toda nuestra existencia, incluso puede que se acrecienten con el paso de los años, cuando la edad nos vuelve más vulnerables.
Mi temor ha sido, desde que lo recuerdo, ver a alguien desconocido dentro de casa, recorriendo los pasillos, hurgando en las habitaciones, violando la privacidad de un hogar dormido.
La mayoría de las personas despiertan entumecidas de miedo luego de haber soñado con muertos, mi peor pesadilla han sido siempre los vivos.
En aquel sueño, escuchaba la puerta de entrada abrirse y notaba que alguien se introducía en el rellano. Yo seguía en la cama, pero podía ver a esas personas a través del tragaluz abierto de la parte superior de la puerta de acceso a la habitación, ubicada frente a mí.
De pronto, pude ver cómo el pomo se movía, y un ruido metálico me alertó de que estaban manipulando la cerradura, como si intentasen abrir la puerta; yo me acurrucaba cada vez más bajo las sábanas, inmovilizada por el pánico.
Fue entonces cuando se presentó esa imagen que recuerdo de la antigua llave de hierro de ojo hueco que solíamos tener en la cerradura del lado de dentro de la habitación, cayendo al suelo, rebotando sobre la madera con un golpe seco en el silencio de la noche cerrada. 

En ese momento, me desperté, intentando apartar de mí un sueño que parecía cobrar vida a través del terror. Ya están dentro, pensaba.
Son pesadillas, fantasías a la que queremos encontrarle un significado que no tienen; los temores de siempre reverberando en el inconsciente que busca sosiego bajo las mantas.
Sin embargo, la imagen de esas personas entrando en casa, tras el tragaluz, todavía me aterroriza desde la memoria.
Sé que ese incidente me trastorna especialmente porque es mi miedo particular, pero sé también que es porque la mañana siguiente al sueño, mientras barría el suelo de la habitación llevando adelante las tareas domésticas de todos los días, noté que la escoba se topaba con algo debajo de la cama.
Me incliné con curiosidad y conseguí que el cepillo arrastrara aquello hacia mis pies.
Fue entonces cuando, tras mi tribulación, volvieron impasibles las preguntas sin respuestas: la escoba me había devuelto la llave de la puerta.







Nota de la autora: la finalidad de las imágenes es ilustrativa. No corresponden a la vivienda original para preservar la intimidad de sus propietarios.

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