El sueño de aquella noche fue aterrador.
Solíamos tener pesadillas, incluso
nuestro hijo, que lloraba y no quería dormir en otro sitio que no fuese a
nuestro lado pero, esa mañana, desperté especialmente consternada. Me había visto
en la cama de la enorme habitación cuando sentía que alguien abría la puerta de
la entrada.
Es muy probable que los temores que tenemos desde pequeños nos acompañen
toda la vida, no sabemos bien por qué están, o a raíz de qué han surgido pero
acarreamos con ellos toda nuestra existencia, incluso puede que se acrecienten
con el paso de los años, cuando la edad nos vuelve más vulnerables.
Mi temor ha sido, desde que lo recuerdo, ver a alguien desconocido dentro
de casa, recorriendo los pasillos, hurgando en las habitaciones, violando la
privacidad de un hogar dormido.
La mayoría de las personas despiertan entumecidas de miedo luego de haber
soñado con muertos, mi peor pesadilla han sido siempre los vivos.
En aquel sueño, escuchaba la puerta de entrada abrirse y notaba que alguien
se introducía en el rellano. Yo seguía en la cama, pero podía ver a esas
personas a través del tragaluz abierto de la parte superior de la puerta de
acceso a la habitación, ubicada frente a mí.
De pronto, pude ver cómo el pomo se movía, y un ruido metálico me alertó de
que estaban manipulando la cerradura, como si intentasen abrir la puerta; yo me
acurrucaba cada vez más bajo las sábanas, inmovilizada por el pánico.
Fue entonces cuando se presentó esa imagen que recuerdo de la antigua llave
de hierro de ojo hueco que solíamos tener en la cerradura del lado de dentro de
la habitación, cayendo al suelo, rebotando sobre la madera con un golpe seco en
el silencio de la noche cerrada.
En ese momento, me desperté, intentando apartar de mí un sueño que parecía
cobrar vida a través del terror. Ya están dentro, pensaba.
Son pesadillas, fantasías a la que queremos encontrarle un significado que
no tienen; los temores de siempre reverberando en el inconsciente que busca
sosiego bajo las mantas.
Sin embargo, la imagen de esas personas entrando en casa, tras el tragaluz,
todavía me aterroriza desde la memoria.
Sé que ese incidente me trastorna especialmente porque es mi miedo
particular, pero sé también que es porque la mañana siguiente al sueño,
mientras barría el suelo de la habitación llevando adelante las tareas
domésticas de todos los días, noté que la escoba se topaba con algo debajo de
la cama.
Me incliné con curiosidad y conseguí que el cepillo arrastrara aquello
hacia mis pies.
Fue entonces cuando, tras mi tribulación, volvieron impasibles las
preguntas sin respuestas: la escoba me había devuelto la llave de la puerta.
Nota de la autora: la finalidad de las imágenes es
ilustrativa. No corresponden a la vivienda original para
preservar la intimidad de sus propietarios.
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